El mundo está en silencio, una vez más. Corro para atrapar el tiempo, las calles son sin salida y las caricias se vuelven un golpe en las noches frías. Vos ignorás que yo existo y yo ya no quiero mirarme el cuerpo. Por momentos quiero quedarme acá y sentir que a veces vivo. Soy insignificante valiente latente todo el tiempo que en mi pecho se sigan escuchando los latidos.
Ayer te vi respirar, por eso es que acá sigo.
Hay días que me envuelvo en las cosas que no dije. Desayuno en ritual, me paro frente al espejo buscando algo más. A veces confundo suspiros con la respiración y me altero.
Soy presa de lo que no digo, y esclava de un cuerpo al que muy pocos días cuido.
Hoy me miré al espejo y me grité “Soy esto”. Minutos después, me acaricié y pensé, en medio de lágrimas alborotadas, que quizás el amor sea tan parecido o lejano a todo esto.
Anoche soñé que estabas llorando y yo corría a buscarte.
Me perdía en una casa llena de cuadros y espejos.
Las paredes eran celeste claro como tus ojos, corría en los pasillos hasta encontrarte. Pensé que me estabas mirando (nunca lo hiciste).
El fuego de la casa se apagaba y nunca logré entender cómo había que encenderlo.
A veces me olvido de respirar y vos me ayudás. “Así se hace”, y me mostrás. Veo cómo tu pecho se infla, pero también me olvido de comer y vos te enojás.
El cuerpo -así- se hace pedazos, me decís. Yo me cuelgo en tu mirada. A veces siento que me mirás pero nunca, nunca me encontrás.
Textos: Candela Mendoza se presenta 👇
Fotografías: Martín Crisafulli se presenta 👇