Dicen que escapó de un sueño
En casi, su mejor gambeta
Que ni los sueños respeta
Tan lleno va de coraje
Sin demasiado ropaje
Y sin ninguna careta.
Dicen que escapó este mozo
Del sueño de los sin jeta
Que a los poderosos reta
Y ataca a los más villanos
Sin más armas en la mano
Que un «diez», en la camiseta.
Suena uno de los himnos que inmortalizaron Los Piojos, mientras la fila para despedir al más grande, crece cada vez más. Hay una mezcla de sensaciones: mucha tristeza, algunos alegres y otros que todavía no caen en razón. La muchedumbre continúa su paso por Avenida de Mayo y va rodeando la Plaza, encolumnados en un corredor infinito.
No hay colores. Es el día que el fútbol argentino se volvió a unir para llorar a su máximo ídolo. Ni Boca-River, ni Newell’s-Central, ni siquiera Gimnasia o Estudiantes. Los dorsales en las camisetas se repiten, como el número que Diego supo vestir durante toda su carrera. Hoy el pueblo argentino vino a despedir a ese pibe que salió de la villa y maravilló al mundo entero con una pelota.
Se fue quien llenó de alegrías a tantas y tantos laburantes que lo veían hacer magia dentro de una cancha de fútbol. Aquel que salió del barro de los potreros de Fiorito, soñando con algún día poder salir campeón y jugar un mundial. El que nos dejó la más maravillosa obra de arte, con aquel gol a los ingleses.
En el corredor que da ingreso a Casa Rosada se viven miles de sensaciones antes de encontrarse con los restos del Diego. La gente continúa su paso y va dejando sus ofrendas. Camisetas, flores, banderas se van apilando a un costado, ante la mirada de sus hijas.
«El d10os nunca muere», reza una de las banderas que está colgada en las rejas de la Rosada. Maradona es mito popular mucho antes de su muerte. Hoy solo se despidió para ir a su encuentro con doña Tota y don Diego. El pueblo argentino no olvidará nunca a quien nunca lo traicionó.